Les docentes e investigadores de las Universidades  Nacionales  enfrentamos la situación de crisis sanitaria con incertidumbre y decisión a la vez, con la preocupación que nos produce la sobrecarga imprevista de tareas y al mismo tiempo con un esfuerzo solidario adicional por repensar los lazos y estrategias, procurando garantizar la continuidad de la educación pública. El gobierno nacional ha decidido un período de aislamiento social preventivo y obligatorio, y, en ese marco, las UUNN han decidido una “migración a lo virtual” de nuestras actividades. Esta situación ha suscitado una serie de discusiones en curso sobre el sentido de la solidaridad en estas condiciones, sobre los alcances de la virtualización de la educación, sobre las condiciones laborales y las tareas de cuidado. ¿Deberíamos pensar la “solidaridad” que el momento reclama como una exigencia de acelerar, como se pueda, los procesos de esa migración? ¿“Cada quien según su posibilidad” sería la fórmula del momento, y todes deberíamos, por todas las vías, esforzarnos en acercar herramientas y recursos online a nuestrxs estudiantes? ¿O deberíamos, mientras ensayamos esa “migración”, detenernos y pensar qué estamos preparando para nuestra cotidianidad post-crisis al actuar como estamos actuando? ¿Cómo pensamos la “solidaridad” en este tiempo? ¿No debería implicar la consideración, justamente, de la distribución desigual de la vulnerabilidad a las situaciones excepcionales que ha generado la pandemia? Y entonces, tal solidaridad, ¿cómo se lleva con la pretensión de uniformizar la exigencia y los plazos de “migración” en todos los ámbitos universitarios? ¿Fue tenida en cuenta la diversidad de situaciones entre les docentes? ¿Y la diversidad de condiciones de “conectividad”, etc., entre estudiantes? La solidaridad que sin dudas necesitamos poner en práctica en este tiempo, ¿no implicaría pensar y dar solución urgente a la superposición de tareas docentes y tareas de cuidado que la cuarentena está implicando? ¿Por qué la resolución rectoral no estipula nada respecto a la posibilidad de garantizar licencias por cuidado, y sólo se orienta a garantizar el trabajo docente a distancia, invisibilizando así, otra vez, el trabajo que los cuidados implican? En una palabra: ¿cómo vamos a compatibilizar el esfuerzo que todes estamos haciendo por garantizar como sea la continuidad de la educación pública con la intransigencia que debemos mantener respecto a la vulneración de nuestras condiciones de trabajo?

El compromiso con la educación pública nos obliga a poner atención a la urgencia y a las contradicciones de la coyuntura, y, a la vez, a los rasgos de esa universidad virtual que, en el durantede la crisis, preparamos para cuando la pandemia se aplaque. Este artículo de Anna Korbluh que traduzco y comparto , aunque escrito en el contexto de la educación superior norteamericana donde el estado y la educación tienen características muy diferentes a la nuestra,   ofrece aportes estimulantes para esta discusión en curso.

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Quienes trabajan en la Universidad ya están sobrecargados, y ahora se les pide que hagan más. Deberían dudar antes de hacerlo.

 

Por Anna Kornbluh*

Nunca dejes que una crisis se desperdicie. En su exitoso libro La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, Naomi Klein observa que los desastres, las emergencias y las crisis a menudo resultan inspiradores para los empresarios, y con la misma frecuencia proporcionan una cobertura ideológica para la reutilización de los fondos públicos y la reconfiguración de las condiciones laborales. Parece que Covid-19 proporcionará exactamente este tipo de pretexto. Les universitaries, un grupo variado que no se ha destacado al pensar en nosotros mismos como un colectivo, deben tener cuidado.

Como sede de la experiencia en investigación y ciencias médicas, políticas públicas y expresión humana, las universidades están asumiendo un papel de liderazgo para responder a esta pandemia, especialmente dada la ausencia de un gobierno federal en funcionamiento. Estar en primera línea significa que las universidades están actuando rápidamente para dar los pasos dramáticos necesarios para aplanar la curva de contagio y limitar el daño. Pero a diferencia de algunas escuelas primarias o empresas, las universidades estadounidenses no están simplemente cerrando; están ordenando al profesorado que garantice la “continuidad de la instrucción” ofreciendo las clases en línea.

La educación en línea tiene varios beneficios y ha mostrado experimentación y progreso, a menudo gracias a grandes presupuestos. Sin embargo, el mandato para esta conversión repentina de grandes franjas de educación superior a un formato en línea amenaza con provocar un cambio de paradigma vertiginoso con ramificaciones imprevistas. Las doctrinas del shock hacen que las emergencias sean la nueva normalidad: convierten los esfuerzos temporales en expectativas permanentes. La educación superior estadounidense ya ha sufrido varios desastres de movimiento lento en los últimos 40 años: el desembolso radical de las instituciones públicas, la informalización del trabajo académico, la militarización de la seguridad del campus y la erosión del gobierno universitario. Como resultado, lxs mismxs docentes ahora encargados de la transición hercúlea ya están trabajando en condiciones extremas: entre dos tercios y tres cuartos de la enseñanza universitaria es realizada por universitarixs que no tienen la titularidad o por estudiantes graduados, muchos de los cuales realizan grandes cargas de cursos sin seguro médico y con salarios reprimidos, inseguridad de vivienda y deudas sofocantes.

La directiva para la transición inmediata oculta una tremenda intensificación laboral. Se les pide a les profesores que rediseñen sus cursos y reinventen su pedagogía en caso de emergencia. ¿Existen formas urgentes y adecuadas de limitar la exposición al virus al tiempo que se asigna tiempo para estas tareas laboriosas? ¿Podrían suspenderse todos los cursos durante una semana para dar tiempo al profesorado a fin de encuestar a los estudiantes sobre su acceso a internet, disponibilidad de computadoras y límites de datos, y dar a las instituciones tiempo para corregir las desigualdades en el acceso de los estudiantes? ¿Qué sucede con el tiempo para que la universidad concilie la falta de alternativas al aprendizaje presencial para laboratorios, seminarios y estudios? ¿Y el tiempo para que las oficinas de servicios para discapacitados capaciten a los miembros de la facultad en alojamientos en línea? ¿Y el tiempo para que las instituciones diseñen sistemas de apoyo para la enseñanza del profesorado desde el “hogar”, cuando el hogar está revuelto por niños pequeños cuyas escuelas están cerradas? ¿Y el tiempo para desarrollar soluciones de colaboración con personal crucial, a quién también se le debe permitir el “distanciamiento social”?

Si bien necesitamos apoyo institucional para estas transiciones, también debemos participar en la toma de decisiones. Somos expertos en el aula, por lo que debemos tener un asiento en la mesa cada vez que se realicen redefiniciones de “aula” e “instrucción”. Debemos tener autonomía sobre los nuevos caminos para nuestros cursos. Somos nosotros quienes nos encontramos con los estudiantes cara a cara, por lo que sabemos que no debemos subestimar las incertidumbres que enfrentan aquellos cuyas familias pueden estar enfermas o vulnerables, cuyas perspectivas de empleo pueden ser inciertas, cuyas vidas en el campus se están desintegrando. La orden de que lxs estudiantes continúen la labor educativa en medio de la calamidad es el extremo de la normalización de la tensión. Lxs estudiantes quieren aprender, y lxs docentes quieren enseñar, desesperadamente en tiempos devastadores, pero el aprendizaje en crisis no debe exacerbar las crisis existentes en la educación superior.

¿Qué viene después del shock? Si la instrucción se va a transformar por completo, entonces otros protocolos y sistemas también deben serlo, y lxs universitarixs deben insistir en garantías y protecciones ahora. Las reglas de propiedad intelectual por las cuales las universidades reclaman la propiedad sobre los materiales cargados en el software de gestión de cursos deben suspenderse por completo; no podemos contribuir voluntariamente al cambio de marca de la educación como “entrega de contenido”. Las universidades deben garantizar explícitamente que las plataformas de terceros no moneticen nuestras palabras para Big Data y nuestras caras para las industrias de vigilancia. Las evaluaciones del desempeño de la universidad (crucial para la renovación del personal, para merecer el pago, para los procedimientos de titularización) deben ser reformateadas para dar cuenta de los “resultados” descarrilados cuando los congresos y conferencias se han cancelado, las publicaciones se ralentizan y la enseñanza alternativa se improvisa enérgicamente. Las evaluaciones de los estudiantes no deben supervisarse ni realizarse como de costumbre. El aprendizaje cara a cara es insustituible, incluso en una cultura virtualizadora, incluso cuando las infraestructuras del aula están superpobladas y pasadas de moda, incluso cuando la administración se ha convertido en el sector dominante en la educación. En ausencia de compromisos administrativos firmes para reanudar la instrucción ordinaria después de que el virus desaparezca, y en presencia de memorandos administrativos que especifiquen las dimensiones “indefinidas” y “permanentes” de la transición, la universidad como grupo debería hacer una pausa antes de hacer los esfuerzos extraordinarios ahora exigidos.

Los conflictos sociales ofrecen aperturas para la reinvención. La historia de las crisis capitalistas muestra con qué frecuencia estas reinvenciones han sido realizadas a expensas de los trabajadores promedio. Pero la universidad es un grupo creativo que debería ser capaz de anticipar y desviar los riesgos de la doctrina del shock por coronavirus. Debemos aprovechar este momento para organizar el alivio de la deuda estudiantil, la atención médica de estudiantes y profesores, y los bienes públicos de investigación y experticia. Con la tarea de conjurar la continuidad en una pandemia, nos encontramos en un precipicio que muestra cuánto sobretrabajo hemos realizado para resistir el ajuste estructural de la educación superior, y cuánto tenemos en común entre nosotros –con los empleados por hora que permiten que la universidad y sus negocios circundantes funcionen, con nuestros estudiantes, con los maestros de escuela que han estado luchando en todo el país. Un cataclismo está aquí. ¿Qué podemos reconstruir colectivamente?

 

*Anna Kornbluh es profesora asociada de inglés en la Universidad de Illinois en Chicago. Ella agradece las conversaciones comunitarias sobre las preocupaciones de los profesores en varios medios sociales.

 

Artículo publicado el 12 de marzo de 2020 en The Chronicle of Higher Education: ver link

Traducción de Luis Ignacio García, docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.