El coronavirus o COVID-19 es el tema del momento. Poco se habla del los mas de 4 millones de personas que trabajan en la economía popular  y  de cómo hacer cuarentena desde el barrio . Esta nota de Mariano Schejter* se mete en las zonas poco exploradas de la pandemia 

No se habla de otra cosa. El coronavirus o COVID-19 es el tema del momento. La situación mundial se asimila a una película distópica, donde el planeta Tierra parece estar en una bisagra, al borde del colapso. Seguramente, nadie que lea estas líneas habrá vivenciado algo similar. Pareciera, por lo menos, a veces que como cantaban Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: “El futuro llego hace rato, todo un palo ya lo ves”. Sin embargo, es necesario dar cuenta que esta situación nos expone a diferentes visiones. No hay, ni puede existir una sola forma de relacionarse con lo que esta sucediendo. Sonia Budassi, en “Los discursos de la pandemia. Voceros del virus: pseudoprogres, tibios y extremistas”, texto publicado en la revista Anfibia, afirma: “Lo inédito genera incertidumbre, la incertidumbre reproduce desesperada necesidad de interpretación. Y desde marcos ideológicos diversos se intenta encorsetar los hechos, prever escenarios y direccionarlos según una visión política preestablecida. La realidad adquiere así varias discursividades posibles.”. Asimismo, otra cuestión asoma como fundamental: no todas las personas experimentamos esta pandemia de la misma manera.

En los medios de comunicación se cuentan algunas experiencias personales, se habla bastante sobre cómo sobrelleva la situación la “gente más acomodada” (incluyendo el sector denominado “capas medias”). En el texto ya citado, la autora, criticando ciertas visiones, dice al respecto: “El tema de clase reapareció en intervenciones de periodistas y figuras públicas identificados con el ‘progresismo’ y puso en escena a personajes arquetípicos como ‘los chetos…’. La contracara es que muchas veces ni se menciona a los sectores más humildes. ¿Cuánto se menciona a las millones de personas que en nuestro país trabajan en lo que se denomina economía popular (los cálculos más serios hablan de por lo menos, cuatro millones)? Más de allá de alguna referencia por alguna medida del gobierno nacional o alguna digna excepción, podríamos decir que su aparición en los medios es nula. Quizás porque se pre-asuma que el COVID-19 no es un problema de esta gente. Budassi ha escrito: “En la mente de muchos bienpensantes afloraba la imagen contrapuesta de pobres niños con (…) dengue, muertos entre barriales y casas precarias, versus, unos chetos de viaje que vuelven con estornudos y fiebre luego de pasar por el freeshop.”.Y claramente, “El” tema de estos días no estaría siendo el dengue.

Las personas invisibles

Cuenta la historia de Garabombo, personaje del escritor peruano Manuel Escorza, que este humilde trabajo no podía ser visto por las instituciones estatales y sus representantes, pero si por las/os demás integrantes del pueblo. Más allá de la ficción, este “invisible” para los poderes puede ayudarnos a pensar la realidad de quienes trabajan en la economía popular y viven en barrios populares (también llamados asentamientos y/o villas). A esta gente del “subsuelo de la patria”, los poderes reales intentan negarles, muchas veces, hasta su existencia. Por eso, a pesar de su importante número, parecen no existir para el resto de la sociedad. Incluso, caminando por la calle, cuando se podía, cualquiera se les cruzaba cotidianamente. Sabemos que experiencia no siempre coincide con conciencia. Estas personas que son “los últimos”, como a veces, les dice el gobierno nacional, parecen no ser reconocides. Juan Grabois, para describir a este sector, ha escrito lo siguiente, en su libro “La clase peligrosa”: “En ese contexto, los excluidos se inventaron su propio trabajo, recuperando viejos oficios en un heterogéneo conjunto de nuevas actividades, combinando recursos humanos y materiales descartados por el mercado moderno. Esta autoadministración de factores productivos residuales es lo que llamamos economía popular”. Dicho esto, surgen preguntas. ¿Qué tienen que ver “estos descartados” con el coronavirus si aún está infectando sobre todo a otro tipo de personas? ¿Será que realmente la gente pobre tiene como peligro mayor el dengue y el resto de la sociedad, al COVID-19? Esto puede parecer una hipótesis evidente desde la distancia. Contrariamente, cuando alguien se acerca o habita el territorio, es una de esas verdades que se desvanecen en el aire.

 

Para muestra sobra un botón

Ayer, por ejemplo, hablé con Andrea, una de las responsables del salón “Esperanza Popular, el Chapa en movimiento” del barrio popular El Chaparral. Allí viven entre 60 y 70 familias, bastante escondidas o podríamos decir… fácilmente invisibilizadas para quien no quiera verlas, a pesar de estar dentro del famoso barrio de Güemes de la ciudad de Córdoba y frente a un hospital conocido como el Hospital Misericordia. Ese “saloncito”, en ese contexto, hace tres comidas comunitarias semanales. En estos días, el barrio tuvo una mala noticia: acaban de detectar unos primeros casos de dengue. ¿Entonces, efectivamente será como muestran los medios?

Andrea me contaba varias cosas que ayudan a pensar. Por ejemplo, me decía: “Aca está todo tenso. Hay gente que vive el día a día y ahora no sale, que está encerrada. Ahora se ve la necesidad más que nunca (…). Por lo menos, este barrio, está tenso… está así la situación… Todos vivían al día y ahora con esto… los mató a todos… Ojalá que esto se corte rápido porque sino… no se adonde vamos a parar…”. O sea, el coronavirus no pareciera ser un tema tan menor, más bien, todo lo contrario. Incluso pensando en las indicaciones estatales para que el virus no se transforme en algo incontrolable, el futuro cercano no se vislumbra muy prometedor.

Sobre el cumplimiento del aislamiento, Andrea me contaba, entre otras cosas: “Hay gente que sale. ¿Qué pasa acá? Pasa que hay muchos chicos, pequeños. ¿Cómo le hacés entender que se queden en su casa? (…) Esta situación nos tiene alterados a todos…”. Por su parte, Walter, otra de las personas que colabora en el “saloncito” haciendo las comidas comunitarias y que además, trabaja en un taller mecánico frente a su casa, me comentaba hoy: “Estamos un poco flojo de provisiones para la comida, no tenemos casi nada. Yo hace casi una semana que no trabajo. No se puede abrir el taller. La estamos pasando ahí… ahí (…). Estamos en casa, encerrados, esperando que venga algún auto, que salga alguna changuita. No tenemos ni una moneda partida a la mitad. Para colmo, viste que estábamos vendiendo gaseosas y se cortó todo eso también. (…) Terminaremos tomando mate cocido únicamente, así nomás, solo, sin pan, ni nada. Ya no nos quedó ni harina”. En fin, esto que se evidencia en el Chaparral, es la realidad, matiz más, matiz menos, de una porción relevante de nuestro pueblo. Las situaciones de este estilo se repiten en todos los barrios populares de nuestro país.

Esperando el milagro

“Esperando el milagro” dicen Las Pelotas en uno de sus últimos discos. Algo de eso hay en la situación actual. Hay algunas medidas del gobierno nacional que ayudan, que son parches indispensables, vitales. Sin embargo, también las necesidades actuales exceden las medidas particulares. Las graves situaciones estructurales que profundizó el gobierno neoliberal anterior, actualmente, tienden a profundizarse frente a la pandemia. En este sentido, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) acaba de sacar un comunicado público donde afirma: “Desde la UTEP acompañamos la decisión de implementar el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para trabajadores y trabajadoras que están completamente marginadas/os de los derechos laborales y en este contexto de aislamiento frente al Coronavirus no pueden subsistir sin recursos. (…) Es fundamental generar las herramientas para que estos sectores marginados puedan acceder efectivamente a este ingreso y garantizar un acceso universal real (…). Por otra parte, creemos necesario, en este contexto, seguir fortaleciendo la proveeduría de alimentos para nuestros comedores y merenderos que están haciendo un trabajo esencial para garantizar la alimentación de las familias en los barrios populares, y exigimos el cumplimiento del inciso 8 del artículo 6° del Decreto de Aislamiento que exceptúa el cumplimiento para estas personas afectadas a las actividades y servicios esenciales en la emergencia”.

En fin, más allá de que no se muestre en la mayoría de los medios de comunicación más masivos, la situación de quienes viven en los barrios populares es muy grave. Estado y las mayorías populares deben alinearse para sostener a quienes más lo necesitan y solo de esta forma, se podrán proyectar las mejores perspectivas posibles. Juan Grabois en su artículo “Nada volverá a ser como antes”, publicado en Infobae, plantea:“A riesgo de ser ingenuo, tengo la esperanza de que la situación que nos toca vivir despierte las fuerzas de un renovado humanismo para que, cuando pase el temblor, nos encontremos todos para construir un mundo mejor.Los chinos usan el mismo ideograma para peligro y oportunidad. Son un pueblo sabio”. A tal fin, la primera (y urgente) tarea es sostenerse y sostener a otres. Si lo logramos, quizás finalmente podemos vencer el virus saliendo de este laberinto, como sociedad, siendo mejores. Tal destino no esta escrito, ni tampoco es simple, pero es germinable.

 

Mariano Schejter

Mariano Schejter (Buenos Aires, 1982 – Córdoba) es licenciado en sociología (UBA). Actualmente doctorando en antropología (UBA) y becario CONICET (CIECS-UNC). Integrante de diversas cátedras y de proyectos de investigación en la UNC y la UNVM. Sus trabajos se centran en el desarrollo de la clase que vive del trabajo. En particular, su tema de investigación es la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Militante popular de Nueva Mayoria – Frente Patria Grande. Mail: mschejter11@gmail.com.