Crianceras, horticultoras, tamberas, artesanas, agricultoras. Las mujeres del campo, plurinacionales y con sus disidencias, le aportaron la dimensión rural y campesina al 34 encuentro feminista.

Por Cora Gornitzky *

Fotos: Gentileza UTT (Rocío y Pepe Mateos) y Luciana Demichelis

EL CAMPO SE NOMBRA en masculino.

Está el titular de la tierra, el arrendatario, el dueño del rodeo vacuno, el responsable del RENSPA, el beneficiario del crédito. La invisibilidad productiva y reproductiva, en cambio, es femenina. Las víctimas de la división sexual del trabajo, también. En la denominación binaria del significante campo, el patriarcado agudiza sus violencias de género.

Pero las mujeres que asumen una mirada polisémica de esa constelación rural también se nombran. Marcan una agenda colectiva cargada de reclamos y propuestas que discuten entre pares durante tres jornadas, cuatro talleres simultáneos, una asamblea plurinacional y una marcha multitudinaria. Las aulas universitarias, las plazas, los parques, las escuelas, las calles, las avenidas, las diagonales de la ciudad de La Plata, son durante tres días con sus noches, territorio feminista.

-Es la primera vez que vengo a este encuentro, y es la primera vez que conozco Buenos Aires, dice una campesina que llega desde Orán, Salta con la Unión de Trabajadoras de la Tierra.

-No puede ser lo que vivimos en Santiago del Estero, explica Dina. Las mujeres sufrimos maltrato pero la comisaría sólo nos quiere tomar la denuncia cuando estamos muy golpeadas.

-Que la cuestión técnica del campo esté en manos de los hombres y que nos excluyan de las decisiones productivas, eso también es violencia, se enoja Eliana, de Mendoza.

-Vengo del campo neto y logré romper el miedo. Aquí estoy, dice Rosa, de Córdoba.

¿Qué elementos comunes caracterizan a estas mujeres. La sobrecarga de tareas, debido a la división sexual del trabajo que les atribuye el cuidado de hijos, enfermos, ancianos; el bajo acceso a los medios de producción: tierra, agua, semillas e insumos; la poca autonomía económica que establecen los acuerdos patriarcales; la precariedad y temporalidad de los trabajos que realizan y el bajo nivel de cobertura en los sistemas de protección social.

CIFRAS REGIONALES.

La población rural en América Latina y el Caribe contabiliza 129 millones de personas. Casi la mitad son mujeres. Un 20 por ciento pertenece a pueblos indígenas. Son agricultoras, crianceras, recolectoras, pescadoras, artesanas. También son trabajadoras agrícolas asalariadas.

Un estudio de la FAO publicado en 2017 observa el creciente protagonismo de las mujeres en la defensa de sus territorios y de la biodiversidad, como también en el mantenimiento socioeconómico y cultural de las comunidades donde viven. El documento señala que el mayor déficit está en la tenencia de la tierra, con la excepción de Bolivia y Brasil que avanzaron en la última década en políticas públicas de titularización a favor de las mujeres. Estas acciones, advierte FAO, estimulan la participación social, ya que exigen que se organicen o se coordinen en colectivos y asociaciones para dialogar con los poderes públicos.

EMPODERADAS.

Así están las mujeres agrupadas en la Unión Trabajadoras de la Tierra. Primero se formaron como promotoras de salud y en 2015 crearon en sus organizaciones de base las comisiones de género. Para el encuentro de mujeres, decidieron reunirse los días previos para elaborar un documento. Llegaron desde Santiago del Estero, Salta, Jujuy, Tucumán, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Río Negro, Chubut y de diferentes localidades bonaerenses.

-Sabes lo que significa estar aquí? Podemos discutir lo que nos pasa, salir del trabajo duro de la quinta, reunirnos, hablar entre nosotras. Silvia Córdoba tiene un entusiasmo contagioso y explica cómo lograron organizarse las mujeres de la UTT de Florencio Varela. Ahora están reunidas en Olmos, sobre la calle 197 y debaten sobre tres ejes: el hogar y la familia, las chacras y la producción de alimentos; sus organizaciones y la política. Proponen un Programa de Promoción de la Igualdad y Acceso a los Derechos para las Mujeres Rurales que contiene siete puntos prioritarios. “Ya no nos callamos más porque estamos organizadas”, dicen al pie del documento.

TALLERES MASIVOS.

Los tópicos feministas condensan una amplia gama de temáticas que se pueden recorrer a través de 87 talleres simultáneos. En el de mujer rural y campesina ya no alcanzan las sillas. Las muchachas más jóvenes se sientan en el piso.

Son 300 las mujeres que están en el aula 104 de la Facultad de Psicología. Vienen de 23 provincias. Hay agricultoras de la pampa gringa, huerteras de La Plata, Rosario y Mar del Plata; dulceras y pescadoras del Delta entrerriano; productoras de cabras de Córdoba, Mendoza y Santiago; tamberas de Santa Fe. Hay agricultoras de maíz, de trigo y de mandioca. Hay docentes rurales, técnicas, estudiantes de agronomía y veterinaria, de sociología y de ingeniería forestal. Están las mujeres agrupadas en el Movimiento Nacional Campesino Indígena, en el MOCASE, en el MTE Rama Rural, en la Unión de Trabajadores de la Tierra.

Hay historias de vida, testimonios desgarradores, experiencias cooperativas. Hay un pliego de reclamos y una larga listas de propuestas para incluir en el documento final. Hay ejes de discusión en torno al acceso a la tierra, al modelo productivo, a la educación y salud, a la comercialización y sobre todo, a la violencia de género.

DECIR BASTA.

Los testimonios de violencia de género en el ámbito rural se acrecientan por los niveles de aislamiento y la falta de instrumentos públicos de protección a la mujer y a sus familias.

Elsa y Mabel Yanaje son hermanas, son jóvenes, quinteras, son migrantes, son indígenas y son referentes del MTE- Rama Rural. “Nuestra generación dice basta. Sufrimos una cultura machista. Somos hijas de madres y nietas de abuelas que padecieron el patriarcado, aguantaron los golpes y las infidelidades. Decimos basta a esto y también al maltrato que como mujeres rurales y migrantes aún padecemos. Agradezco a mi organización MTE-Rural, no me hubiera animado sola a alzar mi voz”, cuenta Elsa.

Zulma Molloja es productora de Etcheverry y referente de la UTT en el Cordón Hortícola platense. Habla rapidísimo, para dejar constancia de lo que ocurre, de lo que falta, de lo que pasa. Cuenta que apenas tres semanas antes del encuentro acompañaron en La Plata a una productora que sufría violencia doméstica a la única comisaría de la mujer que hay en la ciudad. “Llegamos a las 14 horas y recién nos atendieron a la medianoche. Había 25 mujeres, todas desesperadas, muchas habían tenido que dejar a sus hijas e hijos en sus casas y se volvían sin poder hacer la denuncia, al mismo lugar donde fueron violentadas”.

La abogada Carolina Murga del Centro Jurídico de Atención Gratuita plantea que las denuncias por violencia de género se pueden tomar en cualquier comisaría cercana, y que no se requiere documento. Sugiere que, si son hostigadas en la comisaría, recurran a la fiscalía para evitar el maltrato policial.

Dice Zulma que necesitan comisarías de la mujer en las zonas rurales, que el Estado está ausente, que la línea de ayuda 144 no contesta, que no hay buen transporte público, que hay muy pocas escuelas rurales, que tuvieron que armar su propio jardín, ante la falta de cupo en los establecimientos públicos, que las mujeres pierden sus embarazos por la contaminación de agroquímicos.

ABYA YALA.

En la lengua del pueblo Kuna significa “tierra madura”, “tierra viva” o “tierra que florece”. Y es la voz indígena que designa a América. Es también el nombre de la asamblea que, en plaza San Martín, debajo de una antiquísima pérgola, reúne a todas las voces feministas de la región. Están allí guatemaltecas, peruanas, colombianas, afrodescendientes, brasileras. Y está Zulma y sus compañeras de la UTT, que organizan un verdurazo, con las hortalizas que logran salvar de la lluvia que el sábado del encuentro vuelve a inundar – una vez más- sus quintas arrendadas, sus invernáculos y sus viviendas precarias. Hay debate en la asamblea y en el cierre del encuentro.

Hay una imponente marcha que recorre 3 kilómetros, desde la calle 1 y 60 hasta el estadio único. Hay también en la marcha un tractorazo memorable de mujeres rurales. Y hay un próximo encuentro, plurinacional, en Cuyo, al pie de las sierras puntanas y a la orilla de los ríos panditos. Mujeres todas: en 2020, San Luis las espera.

 

Atención Gratuita para las Productoras

Por Sofía Hang (Abogada – Becaria INTA-CONICET)

El Centro de Atención Jurídica para la Agricultura Familiar funciona en la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales y cuenta con el aval del INTA, a través del IPAF Región Pampeana. En este espacio realizamos atención semanal, patrocinio jurídico en el radio de La Plata y talleres para abordar problemáticas colectivas sobre todo en el Cordón Hortícola de La Plata. Nuestra propuesta de trabajo incorpora la perspectiva de género e incluye el abordaje de las problemáticas específicas de las mujeres de la agricultura familiar en la zona. En el

último tiempo se incrementaron las consultas por violencias de género, por lo que realizamos el acompañamiento y la derivación, si fuese necesaria, a otros organismos encargados de abordar tal temática. Contamos con material informativo que describe cuáles son las violencias de género, dónde se puede realizar la denuncia y qué se puede solicitar al juez/a en estos casos. Este material lo difundimos entre las organizaciones y realizamos talleres sobre la temática tanto en jornadas académicas como en el territorio. Por otro lado, las problemáticas de acceso a la tierra con que se enfrenta el sector de la agricultura familiar, constituye otra forma más de desigualdad que se presenta como un obstáculo mayor para las mujeres. La imposibilidad de acceder a la propiedad de la tierra, a créditos y a la tenencia de la tierra por medio de contratos de arrendamientos es una problemática que afecta a todo el sector pero que afecta más a las mujeres. Por este motivo trabajamos en la incorporación de las mujeres como arrendatarias en los contratos, para visibilizar su trabajo en el ámbito productivo (más allá del trabajo reproductivo que realizan en el ámbito doméstico). Esto se traduce, además, en una protección mayor para las mujeres que enfrentan situaciones de violencias, ya que si estas mujeres se van de su hogar también dejan su fuente de trabajo; ser arrendatarias les garantiza el derecho a quedarse en esas tierras.

 

*(Esta es la versión extendida de  la  crónica que fue publicada en Revista SuperCAMPO – Editorial Perfil en Noviembre de 2019)